lunes, 1 de junio de 2009

Diario de un peregrino (dia 5)

"Voy conmigo,
con mi mochila,
con mi sombra,
con mi silencio
y mi soledad.
Con mis pies,
con mi cabeza
y con mi alma.
Voy conmigo,
y mis pasos
huelen a libertad."


Despertar en aquel magnífico lugar no tiene descripción, te levantas y te asomas por la ventana de la buhardilla para descubrir la belleza de la que estás rodeado acariciada por la mano de la lluvia, en un pequeño poblado estancado siglos atrás, como si estuvieras en tu propia casa. Dejé mis cosas recogidas y bajé a desayunar con Valentín, Fernando y Laura. El matrimonio belga ya nos estaba esperando con una sonrisa en la boca para desearnos buenos dias. El resto de los peregrinos se encontraban en una sala común y apenas aparecían por la cocina, lugar que era ya nuestro. Habían preparado café, tostadas y dulces para desayunar, y mientras los demás hablaban y reían sobre la situación con los franceses la noche anterior yo cogí nuevamente el libro de visitas para dejar algo más escrito: "I will always keep your fingerprints on my card deck", en relación a uno de los trucos de magia de la noche anterior. Como no, la magia volvió a salir a flote en la conversación, no sé de qué manera, pero empezaron a bromear con lo de los trucos, diciendo que yo podía hacer cosas como que dejara de llover, reímos y me tomé mi vaso de café con colacao, ¡energía a tope! A la mujer del ex-contable le extrañó muchísimo que añadiera colacao al café, al parecer nunca ha tenido que ir a trabajar después de una noche de juerga sin haber dormido nada, Laura también añadió colacao haciendo ver que era algo común y no una extravagancia mia. Una pareja joven de peregrinos asomó un momento por la cocina para despedirse en español, cosa que nos dejó descolocados, ya que pensábamos que éramos los únicos españoles aquella noche allí, pero está visto que nos equivocamos.



Aquella era la hora de partir, muy a mi pesar, porque me costaba separarme de todo aquello, pero antes hablé con el ex-contable porque no había pagado nada en el albergue, él me dijo que no pedían nada a los peregrinos, que había una caja en la entrada y quien quería dejaba lo que quería/podía. Aquel sitio no era como los albergues oficiales, en los que pedían tres euros, así que intenté ser lo más generoso que mi economía me permitió, pues aquel lugar lo merecía. Antes de marchar el matrimonio belga salió a la puerta a despedirme, dos cálidos abrazos que sentí en lo más profundo de mi corazón, y luego el marido sacó una cámara para hacerse fotos conmigo, por último, antes de que se le olvidara, me pidió que esperara un momento, entró en la casa y sacó unos pastelitos que me metió en el bolsillo. Retomé de nuevo la tierra bajo mis pies bajo la niebla de aquellos campos al amanecer, pero antes de irme me tomé un tiempo para echar un último vistazo a aquella casa, a la ventana de la buhardilla, a aquel tejado de pizarras, a la ventana de la cocina... no pude evitar derramar alguna lágrima y proseguí pensando en todo lo que me habían dado a cambio de nada.



Mi camino estuvo buena parte del tiempo acompañado por los pensamientos acerca de la gente que te encuentras, gente que es capaz de ofrecerte hasta su corazón, gente que ha dejado su monótona y vacía vida para irse a otro país a hacer algo tan hermoso. El sendero me volvió a introducir en un bosque cuya belleza casi no pude apreciar por tener la mente en otro lado, hasta que tras un embarradísimo cruce donde había una casa con fieros animales el camino desapareció junto con los árboles. De repente me vi en un nuevo escenario totalmente de leyenda, una zona despejada bordeada por pinares solamente a su alrededor, uno de los pocos lugares en los que piensas que hay algo más, que de cualquier lado te va a salir un druida, una bruja o algo parecido. Mi estado de admiración se vio interrumpido por el ladrido de unos perros en la lejanía, pensé que no era buen lugar para ser atacado por unos perros o por un cazador, estaba absolutamente perdido en medio de la nada, kilómetros y kilómetros de plena soledad, aunque al menos tenía la seguridad de que algún peregrino encontraría mi cadáver. Al poco vi a los dos perros que ladraban, esta vez en silencio observándome desde la distancia, algo nada común en aquellas tierras, me paré y me giré para observarlos, pensaba que irían con alguien, pero no había nadie con ellos. Nuestras miradas se encontraron y percibí un misticismo especial, me agaché y les tendí la mano, realmente quería que se acercaran y poder acariciarlos, pero se acercaron muy poco, tal vez temiéndome. Proseguí la caminata con su compañía a una distancia prudencial.



Al cabo de un rato me topé con una extraña formación de piedras, acercándome vi que aquello no era natural, era un montículo que hacía una perfecta semicircunferencia de unos cinco metros de altitud alrededor de un pequeño estanque, con las paredes lisas y grabadas con todo tipo de rallas y circunferencias. Al poco nuevamente una artificial formación rocosa, entre una pequeña arboleda me topé con lo que parecía un caserón, bastante antiguo, desde luego, consumido por el tiempo y devorado por la vegetación, ¿cuántas maravillas más habría ocultas? Me sentía como un explorador que descubre ruinas que han sido invisibles durante cientos de años, acompañado de mis dos perros en el lugar más solitario en el que jamás haya estado. Comencé a salir de aquella zona, tras una valla de piedras volvía a haber sendero, los perros me habían abandonado y me paré para echar un último vistazo y respirar hondo con el alma. La niebla comenzaba a despejarse, el sol brotaba de nuevo y yo me entristecía cuanto más me alejaba de aquel lugar.



De nuevo los eucaliptos, quizás por la lluvia o quizás por mi estado de paz, pero eran mucho más hermosos que dias atrás, con su camino bordeado por kilómetros y kilómetros de piedras perfectamente encajadas para formar una valla. Nuevamente mis amigos vuelven a mi mente cuando me encuentro algo pequeño, redondo y amarillo entre la tierra, deseo llamarlos, saber algo de ellos y compartir aquellos momentos tan felices, pero era algo absurdo, porque nunca podría expresar con palabras todo aquello, por mucho que lo intente es algo que se debe vivir y sentir. Dejé atrás aquellas bolas de airsoft y seguí caminando hasta la zona del duro asfalto que machacaría mis pies hasta el final de mi trayecto.



Durante una bajada por uno de los numerosísimos bosques me reencontré con el matrimonio de franceses que nos había echado la bronca la noche anterior caminando con su hija, yo no esperando ninguna amabilidad por su parte me limité a adelantarlos rápido dedicándoles la más amable y sincera de mis sonrisas y deseándoles buen camino. La terrible señora en ese momento me dijo algo que no entendí bien, le pedí que repitiera y con una sonrisa bastante amable me dijo en un mal inglés que ella tenía las piernas muy cortas, que yo con las mías tan largas iba mucho tan rápido. Supongo que en aquel momento me estaba queriendo decir que sentía lo de la noche anterior, era su forma de mostrar arrepentimiento. A veces la gente reacciona ante ciertas cosas de mala manera, cosa que no quiere decir que sean así, por eso nunca hay que despreciar a nadie sin haberse molestado en conocerlo antes y siempre hay que tratarlo con la mejor de las intenciones (con la bruja de Baamonde no, ella era mala de verdad). Nos volvimos a desear buen camino y proseguimos, cada uno a su ritmo. Tras un buen rato de caminata superé a los dos españoles que nos habían pasado tan desapercibidos en Miraz, que estaban reponiendo fuerzas a la entrada de un carril, no sin antes intercambiar un par de palabras (tan necesarias en algunas ocasiones) y dedicarles el clásico "buen camino". Pronto llegué a un inmenso lago en el que tenía planeado meterme en plan locura, pero la hora se me estaba echando encima y me apetecía llegar y comer, me limité a contemplarlo nada más al paso de mi camino. El fin de mi corta etapa estaba cerca, aquel dia no avanzaría más allá de Sobrado, donde quedé en reunirme con los gallegos y Laura nuevamente.



Una larga carretera atravesaba Sobrado Dos Monxes desde el espectacular lago. Ansiaba ver el famoso monasterio de Sobrado, pero solo veía casas y bares a pie de carretera, la caminata se me hizo bastante larga, no estaba siendo para nada el pueblo que esperaba, hasta que, casi en la salida, se abrieron los árboles ante mí y me encontré la espectacular catedral. Allí estaba el resto del pueblo, en un nivel inferior, ésa sí era la vista que ansiaba conocer. Bajé una calle empedrada, con casas antiguas y entrañables, y cuando tenía la sensación de haberme perdido aparecí en la plaza donde se encontraba la catedral y la entrada al monasterio de Sobrado. Todo lo que pueda describir de este monasterio nunca podrá hacer justicia a su belleza, ni la catedral de Notre Dame, ni las bellas calles de Brujas, ni los valles de Escocia... nada he encontrado nunca que se pueda asemejar a aquello, ni al monasterio ni al resto de cosas que en mi viaje había descubierto. En la puerta del monasterio había un par de peregrinos echados en una zona de césped descansando, éste se encontraba cerrado hasta las 16:30, así que solo quedaban dos cosas por hacer, descansar y comer.

Mientras reposaba mi espalda de la pesada mochila tirada sobre la hierba anduve un poco por la plaza, hice las obligadas fotografías y descansé un rato. Pronto vinieron la pareja que había dejado atrás, y me ofrecieron ir a comer con ellos. Fuimos hasta un bar algo apartado del centro, al parecer era un sitio bastante recomendado, y sentados allí, en un salón compartido solamente con otro grupo de ciclistas peregrinos nos contamos nuestras historias. Lo que más odio de mí es olvidar los nombres de la gente, sobre todo cuando es gente con la que comparto algo especial. Él me contó que había hecho el Camino el año anterior con un amigo, y que había vuelto tan ilusionado que aquel año su novia no quería perdérselo. Me estuvo contando anécdotas y lo pasamos bastante bien. En una aventura compartida con tantos extranjeros y con tanta gente de distintas regiones a veces era incómodo o frustrante no entender todo lo que decían, incluso con Laura y sobre todo con los gallegos, con quienes a veces nos teníamos que repetir las cosas varias veces. Esta vez era gente de mi tierra, de mi Andalucía tan distinta y añorada, como pasa cada vez que estamos fuera, aunque no nos guste, y me complacía cada acento característico que escuchaba de aquella pareja de sevillanos, y, pese a que normalmente no nos gusta demasiado cómo hablamos y a algunos les avergüenza, en aquel momento me pareció la manera más hermosa y encantadora de utilizar el castellano, por eso podré vivir en otros lugares, podré amar muchas tierras, pero la tumba que contiene mi nombre, al igual que las de Villamartín, estará siempre entre olivos.



Tras un buen plato de arroz con pollo y de un plato típico hecho con masa de chorizo cuyo nombre he olvidado, y eso que volví pidiéndole a mi madre que me lo preparara, y el debido café desanduvimos nuestro camino de nuevo al Monasterio, donde ya esperaba más gente, entre ellos Laura y los gallegos. Nos abrió un monje al fin la puerta, su nombre era Pablo, naturalmente iba vestido con su túnica característica, aunque no todos los monjes las llevaban siempre. Era un hombre con una gran bondad y a la vez cierta picardía, típico supongo de quien está satisfecho con su propia vida. Muy amablemente nos dio paso al interior del Monasterio, donde, en una de las salas, hospedaba a los peregrinos del Camino. En seguida nos caló a los gallegos y a mí y estuvo bromeando un rato, decía que los gallegos tenían cara de ser bastante folloneros, en un buen sentido de la palabra, pero que a mí se notaba que me sobraba bondad por todos lados, que no me juntara con ellos porque eran malas influencias, ¡y hasta me ofreció quedarme en el monasterio de monje! Por un momento pensé que era una hermosa manera de vivir, pero tenía claro que me quedaban muchísimas cosas por hacer en la vida, algunas de ellas bastante contrarias a cualquier creencia religiosa, además, aunque con Dios a veces me lleve bien, con la Iglesia no. Tal vez algún día cuando sienta que mi vida ya ha merecido la pena y no me queden sueños por cumplir me retire a aquel monasterio (y no otro) a escribir mis memorias o algo así.



Con toda la tarde libre (aquella tarde, aunque pudiera de sobra, no merecía andar) la gente se fue a dar vueltas, descansar o preparar cosas. A nosotros, tras una estupendísima ducha en unos baños de piedra antigua bastante encantadores, Pablo nos dijo que podíamos ver todo lo que quisiéramos dentro del monasterio, entrar donde nos diera la gana y explorar todo aquello que nuestro espíritu aventurero nos mandara, a excepción, claro está, de las dependencias privadas de los monjes. Anduve, correteé, me senté en el patio central, hice todas las fotos que pude, cotilleé cuanto quise, pues es lo que más me gusta en esta vida desde de pequeño que cada dos por tres le vaciaba a mi madre todos los cajones de mi casa. Había una puerta cerrada pero sin el pestillo echado, no sabía si debía o no, pero recordando que allá donde fueres no debes dejar nada por hacer, incluso aunque esté "prohibido", acepté la invitación de la puerta no cerrada adecuadamente y me dio paso al interior de la Catedral.



La Catedral estaba como abandonada, el musgo y las hierbas trepaderas que en las afueras del monasterio Fernando decía que estropeaban la Catedral le daban un aspecto impresionante, sin duda mi opinión era distinta de la de mi amigo gallego, porque aquello le daba un encanto especial. La Catedral solo tenía bancos, no había nada de imágenes, alfombras, velas... tipico en todas las iglesias, solamente bancos, el órgano en la planta superior y en el centro... una maqueta de la catedral de Santiago, impresionante, aquello avivó la fuerza ya consolidada que tenía para seguir hasta el final. Entré en unas salas, totalmente vacías, me metí por una entrada por los interiores de los muros, y llegué a una sala fantasmagórica en la que había dibujada en toda la pared lo que parecía un aquelarre de monjes, una escena muy tenebrosa, desde luego, que me encantaría visitar de noche. No pude contener la emoción y salí de la Catedral, al encontrarme con Pablo en su oficina le pregunté si allí se podía entrar, a lo que me contestó "-¿está cerrada?" "-no" "-hay rayos laser que te destruyen si entras?" "-creo que no" "-entonces... ¿qué te lo impide?". Con una sonrisa de oreja a oreja fui dando brincos en busca de Fernando, Laura, Valentín y los sevillanos para contárselo, y todos me acompañaron entusiasmados.



Tras un rato como niños que juegan a descubrir tesoros nos fuimos de allí. Ahora me tocaba descubrir el exterior, unos jardines perfectamente cuidados, con estatuas tanto cristianas como paganas, sin duda un verdadero paraíso de belleza. Tras un rato miré el reloj y eran casi las 7. Volví corriendo al interior, pues Pablo nos tenía preparada una sorpresa. Al reencontrarnos todos Pablo nos llevó por una de las zonas "prohibidas" hasta un salón enorme con sillas en fila hacia un semicírculo de sillones antiguos que rodeaban un atril. Nos sentamos y pronto comenzó el espectáculo. Las luces se apagaron, excepto las que habían en el semicírculo, que simplemente estaban mucho más tenues. Entró un desfile de monjes encapuchados, cada uno se sentó en uno de los sillones y se descubrieron. Permanecieron allí un buen rato, en silencio, no me atrevía a tirar fotos porque hasta el sonido del obturador era fácilmente audible. De pronto un foco iluminó el atril y las demás luces se apagaron por completo, todo ocurría muy despacio y envuelto en misterio. Uno de los monjes tras un rato más que prudencial se levantó con mucha calma y se acercó lentamente al atril, en el que tras una pausa comenzó a leer un pasaje de la biblia con una voz grave pero relajante. Cuando terminó tomó un tiempo como para sentir aquellas palabras y se sentó, volviendo el absoluto silencio. Luego otro monje hizo lo mismo, uno mucho más joven, pero esta vez leyó cantando, y a su pausa todos comenzaron a cantar. Los pelos de mis brazos estaban erizados ante aquella exhibición tan tenebrosamente hermosa, las voces de los monjes entraban directamente en el alma y te la agitaban de un modo brutal a la vez que te daban paz. Al terminar de cantar de nuevo un largo silencio en el que las luces del semicírculo volvieron a encenderse tenuemente y al cabo de un rato uno de los monjes, el más anciano, comenzó a dar su opinión acerca del texto leído, tras eso un momento de reflexión y otro monje daba su opinión. Al terminar todos se volvieron a colocar las capuchas y lentamente fueron abandonando la sala, en la que en todo momento sólo se podían oir los latidos de nuestros corazones. Pasado un rato sin ningún monje ya en la sala salvo Pablo y otro las luces volvieron a su estado inicial, todo había terminado y nos acercamos a Pablo para agradecerle aquella "misa" o lo que fuera.



Yo me quedé sentado en un banco en el patio mientras los demás se fueron a un bar a tomar unas cervezas (me apetecía disfrutar de aquello al máximo) y allí conocí a una familia de holandeses, el padre con dos hijos y una hija. Ellos llevaban allí desde el día anterior, les habían dejado quedarse porque a uno de los hijos le había atacado un perro, hiriéndole en una pierna. Cuando me separé de ellos ya había anochecido, era el momento perfecto para volver a la Catedral, esta vez como morboso del misterio y de lo sobrenatural, no como niño aventurero. Dependiendo de la luz muchos escenarios son totalmente distintos, cosa que me dejó redescubrir con una nueva emoción el lugar de mi aventura. Permanecí un rato sentado en la sala de la pintura del "aquelarre" tan envuelta en misterio, simplemente escuchando el silencio de las piedras. Según nos había contado Pablo al finalizar la misa aquella catedral había sido totalmente destruida y años atrás la reconstruyeron exactamente igual con las mismas piedras, sin duda era un lugar con mucha historia y muy interesante.

Con la noche también vino la lluvia, solamente hay que imaginar el sonido de la lluvia golpeando las rocas dentro de un monasterio que te transportaba al siglo XVII, allí, absorto en mis pensamientos, permanecí observando el patio mojado hasta que volvieron mis amigos. Al volver nos juntamos con un vasco que comenzó el camino solo y en bici, pero que pronto se unió a otros peregrinos en bici, algunos de Salamanca, otros de Valladolid y uno muy gordo y sonriente de Teruel. Laura por lo visto lo conocía de otros albergues, el vasco al parecer se tomaba lo de caminar con calma disfrutando del entorno con mucha severidad, pues hacía etapas de veinte kilómetros cuando lo normal en bici son sesenta. Cuando la gente se acostó, para no hacer ruido y no saltara de nuevo la señora francesa, nos fuimos a la cocina, "sorprendentemente" cerrada, al abrir de nuevo el espectáculo de los curas checos, que leían la biblia mientras uno preparaba una comida en lata parecida a una ración del ejército. Algunos nos echamos un poco para atrás, pero el vasco con toda su cara se metió escandalosamente y se sentó entre los checos, que debían estar alucinando con nosotros.

Llegó el momento de que el vasco nos contara su historia. Nos estuvo hablando de su camino, de que el tramo más encantador era el que pasaba por Euskadi, decía que no tenía comparación con nada, cosa que suele pasar con la tierra de cada uno, pero él realmente quería convencernos de que no lo decía porque él fuera de allí. Nos contó cómo la gente se asustaba a su paso en el camino, cuando yendo a toda velocidad con la bicicleta adelantaba a cualquier peregrino y le gritaba un ¡¡BUENOS DIAAAAAAAS!! No podíamos dejar de reir con aquello, los checos se cansaron pronto de nosotros y se fueron a dormir, y allí nos quedamos, hablando y riendo mientras tomábamos una de las famosas infusiones de Valentín. Tras un rato Fernando y Valentín se acostaron y nos quedamos Laura, el vasco y yo diciendo absurdeces, riéndonos de cualquier tontería a carcajadas y haciendo el tonto con la cámara del vasco, hasta que ya nos fuimos todos a la cama. Para mi suerte había una litera más entre la mía y la del vasco, ya que los que estaban al lado o debajo apenas pegaron ojo por los almohadazos que éste les pegaba de vez en cuando harto de risa.

Dia 4: entre Villalba y Miraz

Dia 6: entre Sobrado y Arzúa

1 comentario:

Unknown dijo...

Cómo me gusta sentir la magia...

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