miércoles, 3 de junio de 2009

Diario de un peregrino (dia 6)


"Haere mae, haere ra, kia ora"
nos encontramos, nos saludamos, nos decimos adiós
(escrito en maorí)


Abrí los ojos y allí estaba, en aquel escenario medieval junto con mis compañeros de batalla. Me permití aguantar un poco en mi cama, dar un par de vueltas perezosas para al fin levantarme. Algunos ya estaban de pie, recogiendo sus cosas o mirando a través de la puerta hacia el patio. Al asomarme comprobé horrorizado que llovía a mares, no había más remedio que esperar a que amainara, así lo hicimos todos. Fernando me pidió que hiciera un truco de magia para que dejara de llover, un chiste fácil con el que todos reímos, pero aquello no iba a cambiar la situación. Poco a poco la gente fue atreviéndose a salir, nadie podía perder un solo día de camino. Del grupo que habíamos formado salieron primero los ciclistas sin el vasco, con bolsas cubriendo todo lo que podían, incluso los pies, para evitar en lo posible el barro, luego los sevillanos protegidos hasta las cejas, después el vasco y así uno a uno hasta que quedamos los gallegos, Laura y yo. Hablando con Pablo, el monje cisterciense encargado de recibir a los peregrinos, terminamos ayudándole a limpiarlo todo, hacer las camas y recoger, al fin y al cabo el peregrino debe ser la persona más agradecida del mundo, ya que depende de la bondad de los demás. La lluvia no aflojaba, y finalmente Pablo nos ofreció quedarnos allí una noche más, opción más lógica que aceptamos. Valentín y Fernando ya se habían rendido de su aventura, sus casas estaban a escasos kilómetros del lugar y optaron por coger un autobús y volver, ante lo cual Valentín llenó su mochila con tarros de mermelada del monasterio. Laura se quedaba encantada, le había gustado muchísimo aquel ambiente y quería disfrutarlo un poco más, yo, sin embargo, no dejaba de dar vueltas de un lado para otro, saliendo a la calle para ver si llovía mucho, asomado en el patio, mirando desde la puerta... estaba desesperado, no soportaba sentirme encerrado allí.



Encontré bolsas grandes de basura en un mueble y se me ocurrió reforzar el chubasquero de la mochila con una de ellas y atarlo todo bien. Mis botas estaban calzadas, el chubasquero, el bordón y la mochila en la puerta esperándome, y yo entre que me iba y me quedaba. Al final vino a mí una tranquilidad placentera a la vez que necesaria, ya que el conflicto entre mi corazón y mi razón era constante. Me despedí de los gallegos y de Pablo, y a Laura le deseé buen camino. Decían que estaba loco si iba a salir con tanta lluvia, pero el agua me daba igual, iba a salir aquella mañana a cualquier precio, para eso estaba allí. Cogí mi mochila, me protegí con el chubasquero y la gorra, agarré el bordón y partí hacia mi destino. Sorprendentemente al poco de salir yo dejó de llover por completo, me reía pensando que los demás estarían diciendo que al final el mago hizo que dejara de llover. Abandonaba Sobrado con destino hacia Arzúa, hasta el fin del Camino del Norte, a partir de allí caminaría por el Camino Francés.

Aunque salí el último aquella mañana poco a poco fui cogiendo a la gente, realmente mi ritmo estaba siendo asombroso. Compartí un poco de camino con los ahora amables franceses, que habían empezado desde París a hacer el Camino, me sorprendió bastante por el esfuerzo que debe suponer. Me despedí pronto y me apresuré en alcanzar a los sevillanos, que descansaban en el banco de uno de los pueblos. Aquella mañana una sonrisa iluminaba mi cara, el sol brillaba en el cielo y los bosques mojados por la lluvia eran preciosos, había pasado los dos últimos días estupendamente y todo salía mejor que bien. Entré pronto en un camino que había dentro de un barranco, embarrado a más no poder, y demasiado estrecho para que el paso a través de las zarzas fuera cómodo con el mochilón en la espalda.



Al salir de aquella angustiosa zona de nuevo a la carretera comprobé que algunos habían decidido evitarla por otra ruta, pero bueno, no estuvo mal del todo, mientras yo esquivaba charcos y zarzas los demás tenían que esquivar coches y caminar por el asfalto, a parte de dar más rodeo. Durante el camino más de una vez me encuentro senderos que unen con el camino francés, con el pueblo de Melide, sé que se termina la magia del Norte, que pronto el sobreexplotamiento turístico romperá el silencio, terminaría mi amado camino y solo me quedaría un dia hasta el final. A la altura de Sendelle hay un desvío por el que se acorta diez kilómetros hasta el camino francés, pero realmente yo quería que aquella etapa se prolongara más todavía, ya había perdido a mis compañeros de peregrinaje en Sobrado, no quería perder tampoco la soledad de mis pasos.

Mi ruta me llevó de nuevo a los bosques de eucaliptos, me crucé con los curas checos que descansaban, fue curiosa la manera de saludarnos, realmente no habíamos llegado a entablar conversación en esos días, pero teníamos una cierta complicidad, sabíamos que éramos pese a todo compañeros de aventuras, ya no los miraba como aquellos sectarios que se encerraban en las cocinas a hacer sus ritos religiosos, todos somos peregrinos y nuestros pasos atraviesan los mismos senderos, nos moja la misma lluvia y nos quema el mismo sol. Adelanto también a la familia del chico atacado por el perro, pienso en ellos, en los checos, en los gallegos, en los franceses, en el matrimonio belga, en el vasco, en los madrileños, los italianos, los sevillanos, los monjes... ya ha merecido la pena comenzar a caminar, y merece la pena llegar al final.



Durante un tramo llegó de nuevo la soledad absoluta, me había introducido en un extenso camino entre los bosques y hacía mucho que no me cruzaba con ningún peregrino, ninguna señal de vida, no había casas, no había carriles que llevaran a cualquier lado... era una zona totalmente abandonada incluso por las señales y vieiras del Camino, llegué a pensar que me había perdido, había recorrido bastantes kilómetros como para volver al inicio del camino y salir de dudas, por otro lado no encontraba final al bosque, solo esperaba que llegara a algún lado. Algo había entre los árboles un poco más adelante, me llamó mucho la atención que hubiera alguien en aquel lugar tan apartado de todo, fui acercándome hasta comprobar que era una señora mayor, estaba sentada apoyada en un árbol, de espaldas al camino, su postura, la manera de balancear las piernas... eran propias de una niña de cinco años, sonreía y canturreaba algo en voz baja. En lo más romántico y místico de mí la dibujo como una meiga de los caminos, capaz de hechizar a cualquiera que preguntara su nombre, en el Camino todo es posible, hay cabida para muchísimas cosas, para leyendas profanas de los antiguos celtas, y a esas alturas ya creía en todo lo imposible. Avancé sin cruzar una palabra, respetando su abstraida conducta, poco faltaba ya para el pueblo de Arzúa.



Ya estaba saliendo del bosque, a la salida las máquinas trabajaban en el paso de la nueva autovía, el rumor de las hojas con el viento se cambió por el ruido de los motores, el terreno cubierto por la hierba se convirtió en barro y la sombra era nula. Pasé por donde pude por mitad de las obras y me adentré de nuevo en la naturaleza, en una zona más urbanizada. Pasaba por carriles con casas a ambos lados, algunas de ellas hermosísimas y todas perfectamente cuidadas. Ya había hecho mi parada para comer, aunque fuera por la tarde bien temprano la temperatura era fresca, algo de agradecer. Al pasar junto a una casa una señora mayor que arreglaba el jardín paró para saludarme y hablar conmigo. Me preguntó de dónde venía, curiosamente hay jiennenses por todo el mundo, el padre de Fernando el gallego era de Baeza, y la familia del marido de aquella señora también era de mi tierra, me contó lo hermosos que son los campos de olivos, yo le dije que no tenían comparación con aquellas tierras de ensueño, y la conversación se desvió un poco hacia el cultivo del olivo, del que parecía bastante interesada. Fue agradable hablar de algo así, del cuidado de las olivas, la poda, el abono, la recogida, el riego... Me sentía todo un maestro del tema, algo raro ya que en Jaén poca gente no sabe nada.

Hablar con la gente del Camino es como respirar profundo y dejar que los pulmones se llenen. Proseguí hasta salir nuevamente a la carretera que finalmente me llevaría a mi destino. En mi trayecto apareció otro entrañable personaje, mientras yo caminaba en una dirección otro peregrino, un joven austríaco de más o menos mi edad, dirigía sus pasos en sentido contrario. Naturalmente que me paré a hablar con él, me preguntó por dónde venía el Camino y le indiqué lo mejor que pude, tras lo cual le pregunté a dónde iba, me contó que empezó en Austria el Camino en abril (era septiembre) el cual había recorrido hasta Santiago por el camino francés, y que ahora estaba volviendo de nuevo a casa por el Norte, no me pude imaginar aventura mejor, le deseé buen camino y nuestros destinos nos separaron supongo que para siempre. A menudo he recordado al chico austríaco, he pensado en lo mucho que me gustaría ser como él y tener la determinación para hacer algo así algún dia, caminar no me importaría, ya estaba acostumbrado y lo que menos deseaba era tener que dejar de hacerlo.



Al fin alcancé Arzúa, un pueblo mucho más grande que los recorridos anteriormente, un pueblo de peregrinos que se encontraba en la recta final, en el Camino Francés que conducía al fin del viaje. Allí la masificación de los peregrinos era notable, tras dar una vuelta mirando albergues y tiendas decidí volver al principio del pueblo al primer albergue que me encontré, allí era una buena idea dormir en un albergue privado, a parte de porque el municipal debía estar lleno y no tenía buena fama de limpio y cómodo porque también me apetecía un extra de "lujo". Entré al albergue "Santiago Apóstol" regentado por un hombre de unos sesenta años muy amable que curiosamente también tenía familia en Jaén (ahora comprendo por qué Jaén es tan pequeño, ¡todos los jiennenses están repartidos por el mundo!). Me enseñó el albergue, la sala de descanso, la cocina, las duchas, las habitaciones... Me quedé en una habitación bastante grande en la que apenas había dos o tres peregrinos, escogí como siempre una litera en un lateral, junto a un radiador donde poder secar la ropa lavada. Tras una estupendísima ducha cogí la mochila pequeña, que no dejaba en ningún momento, y salí a dar una vuelta.

El pueblo en sí no era gran cosa, muchas más tiendas y bares que de costumbre, bastantes peregrinos ¡y hasta supermercados! Entré en uno para comprar víveres, sobre todo fruta y galletas, y como tenía hambre y aún era pronto para cenar me compré una bolsa de chucherías (un caprichito no viene mal, además esa noche dormiría en un "palacio") Volví para dejar las compras en el albergue, al llegar a mi cama apartada de todo contacto humano me encontré con que la litera de enfrente había sido ocupada por una joven que ahora estaba hablando por teléfono. Decidí echarme un rato para hacer hora, tras un rato dando vueltas a la cabeza pensé en hacer como aquella chica y llamar a alguien, y no se me ocurrió nada mejor que llamar a mi por aquel entonces jefe para saber cómo iban las cosas o si necesitaban algo. Pillé a mi jefe en su dia libre, aunque no me importó, porque afortunadamente más que jefe era un amigo, así que estuvimos charlando un rato hasta que finalmente le mandé recuerdos para mis compañeros y eché un sueñecito. Al despertar salí a la calle a alimentarme, aquel lugar era lugar de celebración, de caprichos, y el capricho de la cena fue una hamburguesería para comer lo peor que pudiera, procurando nutrirme solo de colesterol, grasaza y cerveza. Ya no me quedaba nada por hacer, así que volví al albergue, leí un par de revistas en la solitaria sala de descanso y me fui pronto a dormir, esta vez sin mis amigos y compañeros muy a mi pesar.

Dia 5: entre Miraz y Sobrado

Dia 7: entre Arzúa y Santiago

No hay comentarios:

Printfriendly