martes, 7 de abril de 2009

Dia 2: The Walking Dead



Nos levantamos temprano, y sobre las 9 ya estamos en una cafetería cercana por la zona de montmartre tomando un "café olé", o lo que viene siendo un café au lait o café con leche, al menos eso creo, no estoy seguro. La cafetería en sí era muy entrañable, quien haya estado en París solo decir que es la típica cafetería de allí, y quien no... que vaya para que sepa de lo que hablo (una pinball de Tron, cuadros de artistas/revolucionarios famosos y no tanto...) Tras pagar los cafés con su respectivo impuesto revolucionario (es decir, tras pagar el doble de lo que ponía en la carta) cogimos el metro hasta la Asamblea Nacional y paseando a orillas del Sena por primera vez en el viaje llegamos al puente de Alejandro III y tomamos las primeras capturas de cámara del viaje.

Bajamos la avenida Galland con el museo de la Armada al frente y la rodeamos, descubriendo en una de las calles una de tantas y tantas tiendas de antigüedades de París que tanto me enamoran. Tras un paseo por fin llegamos a nuestro destino, le muestro a Macarena la belleza de la Escuela Militar, un edificio precioso que merece toda la atención del mundo y uno de los mayores símbolos de París. Justo detrás nuestro había un extraño edificio de hierro con forma de falo, debe ser nuevo, porque no me suena, aun así paseamos por los campos de Marte en dirección al palacio de Chaillot, por debajo de lo que según me dijeron era la torre Eiffel, y en la plaza del Trocadero compramos los primeros de tantos y tantos creppes (3.50€ c/u) y tomamos rumbo hacia el arco del Triunfo.

Llegamos a la plaza donde está el monumento ese para celebrar las victorias que obtuvo el ejército napoleónico hasta que llegó a Jaén, y rodeando la plaza para entrar al paso subterráneo nos ocurrió la gran historia del timo del anillo: cruzando por un paso de peatones de repente un individuo que iba a nuestro lado se agachó para recoger del suelo algo que parecía haberse encontrado, un anillo de "oro", coño, qué suerte ha tenido el tío, nos pregunta si es nuestro y le decimos que no, así que avanza con una sonrisa de "esta noche como jamón del bueno". Al llegar al otro extremo del cruce se da la vuelta y me pide que le deje la mano y me pone el anillo, fue todo tan bonito... yo ya me veía vestido de blanco comentando con los invitados de nuestra boda el momento tan romántico en que me pidió matrimonio en las calles de París, pero tras un momento me pidió unos euros para un café. Rompió totalmente la magia, solo me quería por mi dinero, así que le devolví el anillo y me fui sin mirar atrás.


Visitamos el arco del Triunfo, muy bonito todo ello, y descansamos en la entrada subterránea para poner rumbo a la plaza de la Concordia a través de los Campos Elíseos, en los que un poco de "pretty woman walking down the street" no vino nada mal. Pasamos el Grand Palais y llegamos al obelisco, y de ahí subimos hacia la Madeleine y a la Opera Garnier, un edificio emblemático lleno de encanto y romanticismo que merecía totalmente la pena visitar. Tras otro intento del timo del anillo paseamos por los Grands Boulevards y nos zampamos unos bocadillos del Subway donde, ante la negativa de poder comunicarnos en francés y en inglés nos alegramos una barbaridad de que nos atendieran por primera y creo que única vez en español. Tras aquello nos fuimos de vuelta al hotel para relajarnos con una ducha y una siesta bien merecida.


Una vez descansados decidimos ver el atardecer desde lo alto del Sacré Coeur, con la plaza mucho más viva que la noche anterior con gente sentada en las escaleras o tirada en el césped, ya fuera bebiendo, hablando o haciendo algo de música. En aquel momento oimos al típico músico callejero con su guitarra que la verdad no lo hacía nada mal en su homenaje a Bruce Springsteen con la canción "Streets of Philadelphia", muy emotivo. Con el día cerrándose paseamos por la plazce du Tertre, el barrio de los pintores, y bueno, ni que decir tiene que fue el lugar más mágico de todo París, y la razón de más peso para el viaje. Caricaturistas y pintores más o menos talentosos exhibían sus obras en la plaza, algunas realmente cálidas y emotivas, algunas, sintiéndolo mucho, un tanto cutres, pero allí estaban, había uno en especial que nunca olvidaré, un señor canoso con amplio bigote y un talento descomunal para la pintura, pero mientras en mi cabeza sonaban los engranajes oxidados intentando hacer cálculos entre precio de cuadros, presupuesto, tamaño, peso de la maleta y espacio disponible definitivamente aplazamos el momento "compramos un cuadro en Tertre" para otra ocasión, lo cual fue un gran error por mi parte.

Abandonamos el barrio de los pintores y tomamos un café en Rue Custine a eso de las seis y media de la tarde (3.40€) y pillamos wifi para poder dar señales de vida. Una vez tomada la dosis de cafeína cogimos el metro hasta Chatelet para pasear de noche por el centro centro de la ciudad, por así decirlo. Visitamos Notre Dame y nos acercamos al carismático Barrio Latino con la intención de cenar, finalmente y tras dar muchas vueltas, en un italiano llamado "La Dolce Vita" que teníamos entero para nosotros solos (espaguetis carbonara, lasaña y 2 refrescos 27.60€). Llenos hasta reventar paseamos por la orilla del Sena para visitar el Louvre de noche, ya que París es totalmente distinta al caer el sol, por eso es una ciudad que debe visitarse dos veces.


Con más frío que cagando pingüinos damos la jornada por finalizada y cogemos la línea 7 hacia el hotel. En el transbordo nos bajamos en la Gare d'Est, pisamos el suelo de la estación y ya notamos algo tenebroso. Los papeles de periódico eran llevados por el viento en la lúgubre estación, donde éramos los únicos pasajeros... vivos, cada paso se hacía más tenso sintiendo ese escalofrío en la nuca. Luces que parpadean, unas escaleras sombrías que conducen hacia la oscuridad, sonidos que no estás seguro de haber escuchado, nos dirigíamos con paso firme hacia la estación donde coger el próximo metro cuando de repente notamos una presencia detrás nuestra, parecía una persona, pero sin embargo sus ojos no tenían el brillo de la vida, sino un paño de oscuridad que daba pavor. Arrastraba sus miembros casi mutilados dirigiéndose a nosotros, emitiendo un sonido de ultratumbra desde su garganta, un paso, otro paso más cerca... en ese momento echamos a correr y aquel cadaver viviente aumentó su velocidad hasta que llegamos a la escalera. Desde lo alto nos giramos y pudimos comprobar que sus movimientos eran más torpes peldaño a peldaño y respiramos un poco aliviados, pero entonces, en aquel túnel, comenzó de nuevo a correr como en la película "28 días después" y nos dirigimos como alma que lleva el diablo hasta la estación, donde afortunadamente en el último segundo logramos entrar en el vagón dejando a aquel cadavérico ser atrás.

Llegamos inquietos al hotel, sin dejar de mirar atrás, entramos en la habitación, y tras atrancar la puerta con el armario nos escondimos bajo las sábanas temerosos de no ver un nuevo día.

Dia 3: La rosa de Jim

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