Como tantas otras veces en mi casa estaba absorto en la melancolía. Con un cigarro y en manga corta me asomaba a la ventana para ver la calle solitaria. El silencio al que no estaba acostumbrado inundaba la ciudad que en su reposo dormitaba apaciblemente. Miraba carretera abajo hacia la salida de la ciudad, recordando las noches en que con doce años acompañaba a mi padre al campo a cualquier cosa que tuviera que hacer.
Siempre me encantaba ir, porque allí en el coche, conduciendo entre el abandono del resto del mundo a la existencia, embobado mirando hacia las incontables estrellas, respiraba una sensación de tranquilidad y felicidad difíciles de conseguir. Bajábamos del coche en mitad de ninguna parte, y mientras él iba a donde tuviera que ir yo guardaba silencio, sumido en mis pensamientos, contemplando el distinto aspecto de mi alrededor, soñando con historias que me podrían ocurrir en aquel lugar, imaginando las aventuras que podría vivir en unas ruinas cercanas. Al terminar, en el camino de vuelta, estaba excitado y a la vez cansado, lleno de tantos sentimientos y pensando en mil cosas.
En la ventana asomado, pensando que quizás yo era distinto a los demás, que vivía para la noche como un vampiro, escuchando la serenata bohémica de mi mundo, de mi escenario. Era tarde, pero mi sueño de sentirme completamente libre en una ciudad desierta me empujaba a salir, a intentar recuperar las mismas sensaciones que de niño me embaucaban, y a hurtadillas cogí una sudadera, el chaquetón, un gorro y los guantes y silenciosamente abrí la puerta y lo volví a dejar todo como estaba para que nadie notara mi ausencia.
Quería volver a caminar por la ciudad, de una acera a otra, viendo con nuevos ojos el entorno, abrazando la sensación de andar por mitad de una gran avenida, con miedo y liberación, gozando de los sonidos del silencio, pero nada de aquello era ya nuevo para mí, el mayor sentimiento de paz que mi corazón pudo jamás albergar se quedó en el pasado, con aquel niño de doce años, y pensé, pensé que nunca más sentiría algo así, y me entristecía. No, no vivo para la noche, nada de aquello existe ya, porque ya no soy como el ciego que abre por primera vez los ojos y puede ver, porque conozco este mundo y sus misterios. No, no hay nada nuevo, no hay mundo que disfrutar, no hay más perspectivas, como en todos los sueños en éste también tuve que despertar.
2 comentarios:
Bienaventurados los que sufren alzheimer porque ellos descubren el mundo cada día...
Todos tenemos sueños josele,pero lo malo que dependen de la edad los vez con ilusion o como si fueran una utopia.Yo todavia los tengo con ilusiones y tu seguro que tambien
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