jueves, 28 de febrero de 2013

Oscuridad

Tuve un sueño, que no era del todo un sueño. El brillante sol se apagaba, y los astros vagaban diluyéndose en el espacio eterno, sin rayos, sin senderos, y la helada tierra oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna; la mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día, Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror de esta desolación; y todos los corazones se helaron en una plegaria egoísta por luz; y vivieron junto a hogueras - y los tronos, los palacios de los reyes coronados - las chozas, los hogares de todas las cosas que habitaban, fueron quemadas en las fogatas; las ciudades se consumieron, Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes refugios para verse nuevamente las caras unos a otros; Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo de los volcanes, y su antorcha montañosa: Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía; Se encendió fuego a los bosques - pero hora tras hora Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos se extinguieron con un estrépito - y todo fue negro.

Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza, tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto los haces caían sobre ellos; algunos se tendían y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían; y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba con loca inquietud al sordo cielo, El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez con maldiciones se arrojaban sobre el polvo, y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban, y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo, y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron y se enroscaron entre la multitud, siseando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento: y la Guerra, que por un momento se había ido, se sació otra vez; - una comida se compraba con sangre, y cada uno se hartó, resentido y solo atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor; toda la tierra era un solo pensamiento - y ese era la muerte, Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres morían, y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne; el magro por el magro fue devorado, y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno, Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo a raya a las aves y las bestias y los débiles hombres, hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida, Sino que con un gemido piadoso y perpetuo y un corto grito desolado, lamiendo la mano que no respondió con una caricia - murió.

De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos de una ciudad enorme sobrevivieron, y eran enemigos; se encontraron junto a las agonizantes brasas de un altar donde se había apilado una masa de cosas santas para un fin impío; hurgaron, y temblando revolvieron con sus manos delgadas y  esqueléticas en las débiles cenizas, y sus débiles alientos soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama que era una burla; entonces levantaron sus ojos al verla palidecer, y observaron el aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron - De su propio espanto mutuo murieron, sin saber quién era aquel sobre cuya frente la hambruna había escrito Enemigo. El mundo estaba vacío, lo populoso y lo poderoso - era una masa, sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida - una masa de muerte - un caos de dura arcilla.

Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos, y nada se movía en sus silenciosos abismos; las naves sin marinos yacían pudriéndose en el mar, y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían dormían en el abismo sin un vaivén - Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas. Antes ya había expirado su señora la luna; Los vientos se marchitaron en el aire estancado, Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba De su ayuda - Ella era el universo.

- Lord Byron

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