El verano siempre es bueno : sol, calorcito, piscina y muchas fiestas en la playa, qué pena que nos encontremos en otoño, bien próximo ya al invierno. O infierno, es una pena que ahora tengan que aguantar el caminar por las calles desiertas donde, de vez en cuando, se lanza hacia la "aventura" un coche, un conductor mecanizado por la vida, triste gris pensamiento: porque tiene que hacerlo, para llegar a su destino.
Pueden considerar algunos que hay que estar desquiciado para caminar bajo la lluvia, siempre tan deprimente. Bueno, supongo que entonces soy un amargado de esta vida, porque me gusta, y es lo que estaba haciendo aquel día, caminar bajo la lluvia ligera hacia una pequeña plaza a la que solía ir con mis amigos, que entonces estaban perdidos por ahí. La verdad es que no sé qué me encaminaba hacia aquel lugar, me limité a seguir un instinto que me surgió esporádicamente, y ya bajo el destello de los primeros rayos de luz de las farolas llegué al sitio, desierto del que, como un oasis, surgía una fuente iluminada con potentes focos desde su interior, haciendo plateados hilos de lágrimas en el aire.
Me limité a sentarme en un banco, extrañamente impoluto, no sabía a qué, pero ahí estaba, esperando e intentando ahuyentar los demonios que con apariencia de frío me pinchaban todo el cuerpo acurrucándome en mi chaqueta. Fue entonces cuando una presencia irrumpió la soledad de aquel oasis, surgió, como de la nada por mi derecha, una joven con un largo abrigo de un azul intenso que desde las caricias que hacía a sus finos tobillos alcanzaba a cubrir su melena que, por los mechones que rozaban su rostro, era del negro más intenso y brillante que jamás haya visto. Se acercó a mí y sin interrumpir la ausencia de suspiros del ambiente se sentó a mi lado, y fue entonces cuando por la izquierda apareció un hombre cubierto por una capa negra cerrada en un broche, y de ojos negros como un tizón, lo único que permitían ver el pañuelo de su cuello y la sombra de su ancho sombrero, que respetaban el luto del resto de su vestimenta.
Al sentarse éste a mi otro lado me sentí como río que mantiene a dos amantes en orillas diferentes, y me levanté con la intención de irme de allí, pero tras escasos pasos una voz dulce y aguda me detuvo, "yo soy tu alma..." decía, yo me di la vuelta para encarar a quien me había dirigido aquellas palabras y continuó: "...soy la pureza que se encuentra en tu interior, tu maldad, tus amores y odios, y también soy quien recibe las heridas de tus desdichas, recibo el castigo de tu dolor y amargura, cuando te enamoras siento la esperanza de no dejar de sentir la brisa en mi rostro que me hace sonreir, pero en seguida ésta se convierte en un dolor punzante que casi no puedo soportar". Y casi irrumpiendo en la conversación prosiguió el hombre: "Yo soy tu razón, tu inteligencia, tu personalidad, y lamento todo el dolor que mis distracciones te han hecho pasar, sé que has venido buscando el sentido del sufrimiento, yo no puedo mostrártelo, puesto que no lo alcanzo a comprender, pero yo he acudido. Es cierto que algunos sentimientos te producen malestar, y aunque pocos has conocidoy pocos conocerás también los hay buenos, la única solución para librarte de tu angustia para siempre es acabar conmigo, terminar con tu atadura terrenal, pero ello implica el renunciar a esa brisa que tan buen estar te produce, a esa posibilidad de sentir las caricias más suaves por las que merece toda pena luchar y aguantar. Aún queda mucha vida y con ella nuevas experiencias, buenas o malas, merece la pena arriesgarse, no cierres una puerta que no podrás volver a abrir".
Aquel momento fue interrumpido por un eclipse de toda luz artificial, quedando al descubierto los pequeños agujeros del cielo por donde los ángeles miran desde el Paraíso, y cuando solo los rayos de la fuente habían resurgido ya no estaban tan extrañas presencias que me habían recordado una realidad olvidada por la gente. Ahí me quedé, sumido en mi "amargura", con la fuente, la lluvia, el viento, la soledad y su silencio.
Pueden considerar algunos que hay que estar desquiciado para caminar bajo la lluvia, siempre tan deprimente. Bueno, supongo que entonces soy un amargado de esta vida, porque me gusta, y es lo que estaba haciendo aquel día, caminar bajo la lluvia ligera hacia una pequeña plaza a la que solía ir con mis amigos, que entonces estaban perdidos por ahí. La verdad es que no sé qué me encaminaba hacia aquel lugar, me limité a seguir un instinto que me surgió esporádicamente, y ya bajo el destello de los primeros rayos de luz de las farolas llegué al sitio, desierto del que, como un oasis, surgía una fuente iluminada con potentes focos desde su interior, haciendo plateados hilos de lágrimas en el aire.
Me limité a sentarme en un banco, extrañamente impoluto, no sabía a qué, pero ahí estaba, esperando e intentando ahuyentar los demonios que con apariencia de frío me pinchaban todo el cuerpo acurrucándome en mi chaqueta. Fue entonces cuando una presencia irrumpió la soledad de aquel oasis, surgió, como de la nada por mi derecha, una joven con un largo abrigo de un azul intenso que desde las caricias que hacía a sus finos tobillos alcanzaba a cubrir su melena que, por los mechones que rozaban su rostro, era del negro más intenso y brillante que jamás haya visto. Se acercó a mí y sin interrumpir la ausencia de suspiros del ambiente se sentó a mi lado, y fue entonces cuando por la izquierda apareció un hombre cubierto por una capa negra cerrada en un broche, y de ojos negros como un tizón, lo único que permitían ver el pañuelo de su cuello y la sombra de su ancho sombrero, que respetaban el luto del resto de su vestimenta.
Al sentarse éste a mi otro lado me sentí como río que mantiene a dos amantes en orillas diferentes, y me levanté con la intención de irme de allí, pero tras escasos pasos una voz dulce y aguda me detuvo, "yo soy tu alma..." decía, yo me di la vuelta para encarar a quien me había dirigido aquellas palabras y continuó: "...soy la pureza que se encuentra en tu interior, tu maldad, tus amores y odios, y también soy quien recibe las heridas de tus desdichas, recibo el castigo de tu dolor y amargura, cuando te enamoras siento la esperanza de no dejar de sentir la brisa en mi rostro que me hace sonreir, pero en seguida ésta se convierte en un dolor punzante que casi no puedo soportar". Y casi irrumpiendo en la conversación prosiguió el hombre: "Yo soy tu razón, tu inteligencia, tu personalidad, y lamento todo el dolor que mis distracciones te han hecho pasar, sé que has venido buscando el sentido del sufrimiento, yo no puedo mostrártelo, puesto que no lo alcanzo a comprender, pero yo he acudido. Es cierto que algunos sentimientos te producen malestar, y aunque pocos has conocidoy pocos conocerás también los hay buenos, la única solución para librarte de tu angustia para siempre es acabar conmigo, terminar con tu atadura terrenal, pero ello implica el renunciar a esa brisa que tan buen estar te produce, a esa posibilidad de sentir las caricias más suaves por las que merece toda pena luchar y aguantar. Aún queda mucha vida y con ella nuevas experiencias, buenas o malas, merece la pena arriesgarse, no cierres una puerta que no podrás volver a abrir".
Aquel momento fue interrumpido por un eclipse de toda luz artificial, quedando al descubierto los pequeños agujeros del cielo por donde los ángeles miran desde el Paraíso, y cuando solo los rayos de la fuente habían resurgido ya no estaban tan extrañas presencias que me habían recordado una realidad olvidada por la gente. Ahí me quedé, sumido en mi "amargura", con la fuente, la lluvia, el viento, la soledad y su silencio.
Servidor de Nadie.
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