miércoles, 24 de marzo de 2010

Damián y la Muerte.

Damián permanecía esperando una revelación de los astros, una noche impura. La bruma trajo consigo a un Ángel con guadaña, se acercó al niño de 9 años y posó la mano sobre su hombro. Las estrellas cayeron y al tocar la tierra se convirtieron en luciérnagas que volaban entre la ligera niebla con sus verdes colores. El niño se levantó, y sin darse cuenta se apartó de la Muerte para jugar entre los árboles con las pequeñas luces traviesas, pero cuando tocó una todas murieron. La noche se volvió fría y una ligera lluvia comenzó a ser espesa, Damián corrió de vuelta a casa.

Quince años después allí estaba, al borde de un abismo sin poder sentir en su rostro la cálida brisa que traía consigo el anochecer. Las olas del mar no sonaban en sus oidos como armoniosos versos que son del poema de la vida, sin haber podido sentir, sin haber sido amado, sin haber existido nunca para nadie. Ni siquiera la tristeza era tristeza, la vida no era vida. Se levantó y se asomó al acantilado, el viento que no corría para él ondeaba toda su ropa como una bandera, alborotándole el cabello. Un viejo amigo estaba frente a él, y le preguntó por qué se lo había arrebatado todo, por qué no se limitó tan solo a llevárselo, la respuesta retumbó en su cabeza: "para sentir lo bello que es hacerte sufrir". Damián dio un paso adelante para abrazar a la Muerte cuya mano rechazó antaño y siendo perdonado pudo sonreir una última vez.

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