viernes, 4 de diciembre de 2009

Nunca caminarás sola

La lluvia caía de lado en la fría noche, y las farolas se reflejaban en las calles solitarias. Sus pasos iban arrastrando de adoquín en adoquín, una gabardina la salvaguardaba del temporal. Las que en otras ocasiones eran hermosas ondulaciones de su cabello, ahora acariciaban una fina cara empapada por las lágrimas, el sudor y la lluvia.

Le costaba dar cada paso, las fuerzas de su cuerpo le habían abandonado y solo contaba con su corazón. Allí, en aquella ciudad extraña del norte, como hacía varios años, esta vez sin la compañía de la luna ni de su sombra. "Nunca caminarás sola", palabras que quedaron para el recuerdo, palabras que retumbaban en su mente, "nunca caminarás sola". Cayó y quedó arrodillada, con las piernas y las manos empapadas, las mismas que acariciaban su rostro, y allí tirada no pudo más que rendirse y romper a llorar.

Era demasiada la angustia, soltó los brazos y se dejó caer. Los recuerdos de aquellos maravillosos dias, los detalles tan bellos que le regalaba a cada momento, los amaneceres a su lado, las noches en vela... todo falso. Pero al fin sabía dónde encontrarlo para devolverle la rosa que tan falsamente le regaló por primera vez, quería sorprenderlo embaucando a alguna otra infeliz, quería escuchar sus forzadas excusas, quería abofetearlo, quería aborrecerlo.

Se levantó y siguió caminando con su pesada y empapada gabardina, y al fin llegó a la casa. Aguardó antes de llamar, imaginando que fue una mala idea presentarse, como si todavía sintiera algo, humillada y hundida. Se limpió el maquillaje de la cara con un pañuelo y cuando se disponía a marcharse la puerta se abrió. El corazón le dio un vuelco y no se atrevía a girarse y mirarle a los ojos. "te estaba esperando", en realidad era lo que esperaba oir, pero no con aquella voz, la voz de una anciana bien abrigada que desde el marco de la puerta la invitó a pasar.

Pudo cambiarse con alguna ropa de la hija la señora y calentarse al fuego con un cuenco de sopa, y la esperada pregunta al fin pudo salir de sus labios. Al preguntar por él la anciana rebuscó algo en un cajón y volvió con un sobre lacrado que puso en sus manos al retirarle el cuenco, le explicó que no debía abrirlo todavía, que no era el momento, y que él la estaba esperando en el jardín, que la llevaba esperando mucho tiempo.

Salió y la lluvia había amainado, anduvo unos cuantos pasos alumbrada por una enorme luna llena que se despejaba entre las nubes, y allí estaba él, esperándola como había dicho la anciana, esperándola bajo la luna y ella podía ver su sonrisa, sus ojos brillaban como cada vez que la miraba, estaba tan hermoso y elegante como siempre. Ella sacó de un bolsillo la carta y extrajo su contenido, una nota, en la que había escrito "nunca caminarás sola". Entonces ella se agachó y besó su nombre, con el rostro otra vez húmedo, cogió la rosa y tras empaparla con sus propias lágrimas juntó los labios y sopló sobre la marchita flor, y sabiendo que nunca caminó ni caminaría sola la depositó sobre su tumba.


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