martes, 6 de enero de 2009

En la oscuridad...

Caminos sumidos en la noche, caminos demasiado largos como para recorrerlos a ciegas. La luna y las estrellas están apagadas por los nubarrones, y una ligera llovizna añade peso a mis pies con el barro formado.
No hay un lucero en la noche que me guíe, no hay un ruido familiar que me sirva de orientación, solo camino, paro, miro, escucho y sigo caminando. No hay amanecer, llevo días enteros en el crepúsculo y los rayos del Sol ni calientan ni se dejan ver, y de nada sirve llorar, liberar la rabia o lamentarse, ya no albergan sentimientos de entereza o esperanza, e intentar morir de hambre o sed ya es una opción descartada, pues mi castigo errante es eterno.
Solo me queda caminar, sin importar la dirección, porque ya no recuerdo mi destino, solo un sentimiento apagado de algo que quizás fue dolor, ira, orgullo, amor. Solo caminar.

El viento trajo consigo un leve susurro que cosquilleó mi oreja y un olor amargamente placentero que me aportó un calor reconstituyente, y en la oscuridad se hizo la luz, el cielo se despejó mostrando su manto de estrellas, del barro brotó la hierba y secó mis pies, y frente a mí apareció un ángel que me cogió la mano y compartió el camino conmigo.

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